UN PASEO POR EL SISTEMA SOLAR, ENTRE ASTRONOMÍA, ASTROLOGÍA Y MITO

Además de Júpiter, encontramos a SATURNO, que de alguna manera representa su némesis exacta. Empecemos por su superficie, que parece haber sido tallada en mármol. De sus anillos, símbolo de elegancia y rigor. Y estas son precisamente las primeras cualidades astrológicas de Saturno: sobriedad, dominio, rigor, responsabilidad. El Saturno-mitológico se comió a su descendencia por temor a que un hijo pudiera suplantarlo, y de la misma manera el Saturno-astrológico tiene que ver con la tradición, con lo que ha demostrado funcionar, fortaleciéndose con el tiempo, y que por eso vale la pena mantener. Nuevamente: Saturno es el último planeta visible a simple vista. Durante miles de años (hasta la invención del telescopio) representó el límite último del sistema solar. Y es quizás de aquí de donde deriva su significado simbólico de «frontera», entendida como línea que delimita, pero en algunos casos, también como «obstáculo». Pero, al fin y al cabo, Saturno es mucho más que todo esto: es la estructura que sostiene, el hormigón armado que asegura la estabilidad del edificio.

Y la relación entre Júpiter y Saturno –  opuestos, pero de alguna manera, totalmente complementarios – es interesante para delinear nuestra actitud hacia el contexto social que nos rodea. Si solo existiera Júpiter, estaríamos en plena indulgencia. Dejaríamos la puerta de entrada abierta, sobre la base de una confianza ciega y absoluta. La justicia estaría «congelada» porque sería una amnistía constante. Si solo existiera Saturno, viviríamos encerrados en nosotros mismos con doble cerrojo. Las cárceles estarían llenas porque probablemente bastaría con tirar un papel a la calle para conseguir la cadena perpetua. Es del equilibrio entre los dos que se deriva una actitud «buena y justa», donde ciertamente Júpiter es más «bueno» y Saturno más «justo». Son un como el palo y la zanahoria, la caricia y el «puño» (por así decirlo) que rigen la sociedad.

Pero incluso antes de eso, la relación Júpiter-Saturno gobierna «dentro de nosotros» nuestra mirada hacia todo lo que está «fuera de nosotros». Júpiter es sinónimo de actitud abierta ante la vida («jovial», para ser precisos), curiosa y posible. Mira el mundo con ojos inspirados, buscando una oportunidad para crecer, expandirse, superar límites, aceptar nuevos desafíos. Por el contrario, Saturno mira al mundo con ojo crítico y responsable. Es la expresión del compromiso, el rigor, la disciplina y todo lo que es la columna vertebral de las cosas. En un árbol, Saturno corresponde a las raíces que lo sostienen, Júpiter a las ramas que intentan extenderse lo más posible.

Como todos los pares de valores planetarios en antítesis, el objetivo real es tener un poco de uno y un poco del otro, porque ambos son fundamentales para crear un equilibrio. Si estuviéramos demasiado desequilibrados en Júpiter (silenciando a Saturno), viviríamos demasiado en busca de lo nuevo, de la expansión. Tenderíamos a diseñar mucho y lograr poco. Prometer mucho y mantener poco, porque Saturno sirve precisamente para dar sustancia a los impulsos de Júpiter. A través del tiempo necesario para alcanzar metas sólidas (no es casualidad que Saturno sea Chrono, el señor del tiempo), a través del compromiso, la perseverancia, el realismo, la capacidad de no dar pasos más largos, etc. Nuestro «árbol» tendría demasiadas ramas extendiéndose en todas direcciones, sin tener raíces lo suficientemente profundas para sostener la estructura. Nuestras iniciativas correrían el riesgo de colapsar como un castillo de naipes.

Al contrario, centrar todo en los valores de Saturno en detrimento de los de Júpiter significa anteponer la regla a la improvisación, la seguridad a la iniciativa, la conservación a la innovación. Es una actitud prudente, conservadora que nos lleva, sin embargo, a mirar la vida sin ver la posibilidad de evolución, con cierta falta de curiosidad y entusiasmo por lo nuevo. Nuestro árbol interior sería una estaca de madera clavada en el suelo: está ahí, no se mueve, pero ni siquiera crece. En definitiva, uno es el principio de la visión (y en algunos casos de carácter visionario), el otro el principio de la realidad, ambos fundamentales para un proceso equilibrado de crecimiento y evolución personal. (continúa)

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